Thursday, November 17, 2005

Manifestación contra la LOE del pasado sábado

El espléndido Juan Manuel de Prada hizo esta crónica sui generis en ABC. Por supuesto, información de primera mano.

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LIBERTAD SIN IRA

La propaganda gubernativa y sus palanganeros han querido atribuir la convocatoria de esta manifestación, en un ejercicio de paranoia rayano en el delirium tremens, a los obispos. Así demuestran que su monomanía anticlerical sólo admite una explicación clínica; y también que, en su soberbia desnortada, aún se niegan a admitir la pujanza de un sector creciente de la sociedad española que les ha vuelto la espalda y está dispuesto a gritarlo en las calles, sin complejos ni tibiezas, con la elocuencia tranquila que proporcionan las convicciones, cuando han sido apaciguadas en las neveras del sentido común. Es rasgo compartido por todas las estructuras de poder aquejadas de necrosis tratar de explicar las efusiones espontáneas del pueblo con teorías conspiratorias y rocambolescas; y el empeño mostrado por nuestro Gobierno en desvirtuar la naturaleza de esta manifestación constituye, además de un patético esfuerzo tergiversador, un síntoma inequívoco de rigor mortis.

No eran los obispos los convocantes de esta manifestación; tampoco era el motivo de la misma -no, desde luego, el único, ni siquiera el más importante- el apoyo a la asignatura de Religión, que en una proporción mayoritaria los padres reclamamos para nuestros hijos. Lo que movilizaba a tantos cientos de miles de personas de ideologías y edades diversas era la depauperación educativa rampante que el proyecto de ley perpetrado por el Gobierno no sólo no combate, sino que consagra y estimula; lo que movilizaba a esa marea humana era el derecho a una educación que no cifre sus objetivos en la ramplonería adoctrinadora disfrazada de igualitarismo; lo que movilizaba a tantas gentes a unir sus gargantas y enarbolar sus pancartas era, en fin, la vindicación de una legítima libertad para elegir la formación de nuestros hijos.

A quienes hayan asistido a esta manifestación les habrá sorprendido el clima de festivo civismo que se ha respirado desde sus prolegómenos hasta su disolución. Las asociaciones convocantes de la marcha han sabido despojarla de connotaciones agrias o estridentes; han sabido, incluso, galvanizarla con un espíritu juvenil, con sus ribetes de socarronería y de chufla. Incluso quienes, como yo, propendemos a la misantropía, nos hemos sentido cómodos en ese clima de celebración espontánea y fraterna. No ha habido proclamas insultantes, no ha habido gestos cetrinos ni estridencias desgañitadas: tan sólo una pululación de júbilo que iba creciendo, como un oleaje manso, a medida que la muchedumbre se apiñaba en torno a la Puerta de Alcalá, a medida que la tarde iba adquiriendo una frescura matinal. Había en el aire un calambre de democracia recién estrenada que halló su clímax tras la lectura de manifiestos, cuando por la megafonía empezaron a sonar los acordes de «Libertad sin ira», aquella tonadilla pegadiza con la que muchos aprendimos a hablar. «Libertad, libertad,/sin ira libertad,/ guárdate tu miedo y tu ira,/porque hay libertad,/ sin ira libertad,/y si no la hay sin duda la habrá». Fue un estallido de emoción: las viejecitas se olvidaron repentinamente de la artrosis, los papás entrados en carnes nos sacudimos los michelines y las muchachas empezaron a brincar con una exultación despeinada y contagiosa; hasta los niños que no se conocían la letra empezaron a corear aquel estribillo que tenía algo de ensalmo y algo de letanía, como si los hubiese inspirado la brisa de un futuro mejor.

Fue uno de esos raros momentos de entusiasmo colectivo en que desaparecen las arrugas, se disipan los pensamientos sombríos, se escucha la vibración unánime de la sangre. La multitud se estiraba hasta la Gran Vía, anegaba el Paseo del Prado y la Castellana; un bosque de banderas ondeaba al viento de la canción, como resucitadas de un letargo, exorcizando la noche. Tan sólo pedíamos eso: un poco de aire libre para respirar sin cadenas, un poco de aire limpio que nos inmunizase contra los miasmas de la ira. Las nubes nos escucharon. ¿Nos habrá escuchado también el apóstol del talante?

JUAN MANUEL DE PRADA

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